CASIMIRO JESÚS BARBADO LÓPEZ

 

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EDUCAR EN TIEMPOS DIFÍCILES (2ª PARTE)

La vida en comunidad se fundamenta en la autonomía personal, en la libertad individual,  en la democracia y en el respeto a las leyes. Pero  ¿qué tipo de democracia y qué leyes necesitamos hoy en día? La  democracia actual parece reducida  a la vida de los partidos políticos y a la elección de representantes cada cuatro años;  aunque comienzan a oírse voces críticas y movimientos que cuestionan este raquítico sistema democrático.

 

Además, la política está generando cotas alarmantes de corrupción a diferentes niveles y, lo que es peor,  se está instalando en la conciencia general la idea de que estas prácticas son normales e inevitables, a juzgar por el respaldo electoral recibido por algunos políticos/as, implicados judicialmente en este tipo de asuntos.

 

Hay que atajar la corrupción, pero sobre todo esa generosa percepción que tienen de ella muchos ciudadanos/as.  Por esta razón, la educación debería aportar las estrategias intelectuales y éticas para descubrir y rechazar las actuaciones egoístas e insolidarias de los gestores/as de los bienes públicos y privados, además de exigir las responsabilidades pertinentes.  Y, mientras  se potencia el ejercicio de la autonomía y de la libertad responsable, debe  proveer a las personas de los valores y actitudes necesarias para construir una democracia real, que cuestione los cauces de representación existentes e impulse nuevas estrategias asociativas y participativas que favorezcan la toma de decisiones comunes relevantes.

 

En estos dos artículos semanales hemos reflexionado sobre el desarrollo individual, sobre la concienciación ecológica y social y sobre la implicación de los seres humanos en la vida democrática. Sin embargo, después de casi mil palabras buscando los fines de  la educación,  me he dado  cuenta de que aún me queda por decir lo más importante, es decir, lo que le da sentido a nuestra existencia en estos tiempos  de crisis (y en todos los tiempos): La búsqueda de la felicidad o, lo que es lo mismo, la búsqueda de la vida buena de los manuales de ética. 

 

El poeta Gabriel Celaya, en una magistral defensa de la labor docente,  escribió que educar es lo mismo que poner  motor a una barca. Los maestros tratamos de poner motores a esos cientos o miles de barcas que se cruzan en nuestras vidas, que navegan sin rumbo, hasta que la madurez y los derroteros de la vida  les sugieren los puertos a los que tienen que arribar. Hoy más que nunca, o tal vez como siempre, la vida es una lucha constante contra los elementos. Y la educación, el motor que trata de llevar nuestra barca a un buen puerto, el de la felicidad,  en las revueltas aguas de la vida. Una vida buena que se eleva a felicidad colectiva, mientras retroalimenta la propia felicidad individual,  al vernos reflejados en el espejo de los otros gracias a la empatía.  Este sería, para mí,  el fin último de la educación, tanto en el seno de la familia (cualquiera que sea el tipo de familia), como  en el ámbito escolar.

 

Me viene a la mente otra pregunta, como colofón  a estas reflexiones. Pero esta vez es retórica: ¿Le interesa al sistema político-social vigente, el modelo educativo que he descrito? La respuesta es fulminante: No, porque el sistema se nutre de  ciudadanos/as acríticos, poco comprometidos, desmovilizados y devoradores de recursos, que alimentan las cuentas de resultados  de las minorías financieras.

 

No hace falta  ir muy lejos ni en el espacio  ni en el tiempo. El modelo que aquí proponemos está a años luz de la reforma que hoy en día nos impone el ministro de turno, a juzgar por el concepto de educación que se destila de la primera  propuesta del “Punto de partida”  del anteproyecto de la nueva ley (LOMCE): “Mejora del nivel educativo de los ciudadanos como apuesta por el crecimiento económico y la competitividad”. Así, sin más adornos que unos cuantos objetivos contables, como reducir el fracaso escolar o mejorar los resultados de PISA; sin grandes parrafadas; sin vergüenza…  ¡Qué claridad y qué cinismo!

 

La sociedad que queremos construir la mayoría de los ciudadanos/as exige la implicación colectiva  de  mujeres y hombres que empiecen a saber que fuera de los muros de la escuela, otro mundo es posible. Y que la educación es el principal motor para hacerlo realidad. Nos estamos jugando nuestro futuro.

 

Diario Córdoba 3.04.2013