VOTO ÚTIL. VOTO INÚTIL
Hace varias semanas, mientras desayunábamos
Gervasio y yo café y política con aceite, la conversación derivó
hacia los votos que los Verdes deberían sumar en Córdoba para obtener
un edil. Lancé la cifra de unos 7000, coincidente con los cálculos de
sus dirigentes. Mi interlocutor sentenció, a reglón seguido, que los
votos obtenidos por esta formación mermarían las posibilidades de IU
para
hacerse con el poder. Impelido por la necesidad de rebatir, y para
conducir el debate por la senda de la reducción a lo absurdo, contesté
que las decenas de miles de votos de IU podrían causar la pérdida de
varios concejales a la formación ecologista. Intentaba proteger, tal vez
infructuosamente, al pez chico antes de ser devorado por el grande.
La anécdota me recuerda, salvando las
distancias obvias, a lo que le sucedió a José María Mendiluce, candidato
de los Verdes a la Alcaldía de Madrid, hace algunos años, en un acto
cultural anti-PP. Un orador subió a la tribuna para pedirle,
expresamente, que retirara su candidatura, porque favorecía a Aznar. El
ex-diputado del PSOE, contraatacó desde su butaca y, entre abucheos,
dijo: "Que el mundo de la cultura le pida a los pequeños que
desaparezcan es apostar por los best seller y las grandes producciones.
Es vergonzoso, pero no pienso retirarme, voy a favorecer a los Verdes, a
quienes represento".
Es el viejo debate sobre el voto útil,
entendido como la cesión o el préstamo, a fondo perdido, de un voto
ideológico a una candidatura mayoritaria próxima, para evitar que la
opción más distante gane las elecciones. La primera vez que oímos hablar
de esta pirueta electoral fue en 1982, cuando casi todo el espectro
situado a la izquierda de la UCD se volcó a favor del cambio que
representaba Felipe González y que nos llevaría al SÍ a la OTAN, a una
huelga general y a otras decepciones más, como el enquistamiento de la
virtual “aconfesionalidad” del Estado.
Pero, ¿a quién puede serle útil el voto? Y
sobre todo, ¿para qué? Bajo mi punto de vista, siempre limitado y muy
particular, la respuesta se mueve entre el interés personal y el local,
pasando por los de partido, sin olvidar el aprovechamiento indecente de
terceras personas, siempre al acecho.
La utilidad a nivel local es confusa. La ciudad
necesita políticas que garanticen la resolución de sus problemas.
También requiere la atención de ciudadanos honrados dispuestos a
ponerlas en marcha. Transporte, empleo, seguridad ciudadana, medio
ambiente, integración social, cultura, urbanismo, etc. son las áreas a
valorar. El voto útil consistiría en la apuesta por un programa
realista y por unos candidatos que sepan y puedan llevarlo a la
práctica, tras priorizar, en función de su influencia en la calidad de
vida, las temáticas anteriores. Es difícil, porque casi todos prometen
lo mismo. Hay que leer entre líneas y conocer trayectorias.
El voto puede ser útil también a nivel
partidista con, al menos, tres enfoques: Como moneda de cambio en un
hipotético mercadeo de responsabilidades en el gobierno municipal; para
catapultar al líder a otros escenarios o bien, para situar al partido a
nivel estatal, como fuerza hegemónica, oposición o tercera vía. La
prueba de esta utilidad está en las cuentas contradictorias que se hacen
los políticos sobre el cómputo global de papeletas y ediles, una vez
pasada la marabunta.
Existen dos variantes de la utilidad en la
esfera personal. La primera es egoísta y excepcional, y no le vamos a
dedicar más líneas que las ya escritas. La segunda representa el voto de
la coherencia. Es como la radiografía de nuestras convicciones sobre el
mundo y la política, plasmada en el color de una papeleta. Es útil
porque aporta felicidad y serenidad: La de ser uno mismo.
Pero, queramos o no queramos, el voto siempre
será útil para personajes sin escrúpulos, que, agazapados tras
las urnas, esperan a hacer su agosto. Recordemos los casos de corrupción
urbanística que asolan Iberia, bajo el paraguas de cualquier sigla.
Ante esta complejidad de utilidades con vistas
al futuro, incluyendo la versión tradicional, cabe siempre plantear el
voto en términos negativos y a “toro pasado”, es decir, reflexionando
sobre su inutilidad diacrónica. Para ello bastaría con repasar la
historia política reciente de nuestra ciudad, con sus luces y sus
sombras, sus alcaldes y alcaldesa, los proyectos acabados y enterrados
en vida y el juego de chanchullos, favores y
alianzas electorales, interrumpidas y a término. Una vez analizada
retrospectivamente, actuaríamos aplicando otro principio lógico: el de
eliminación.
Pero no me acaba de satisfacer. A pesar de
todo, yo me quedo con la versión más ética de la utilidad personal.
Aunque, como dijo un buen amigo hace muchos años, soñando en voz alta:
“Somos pocos, más bien escasos…”
Casimiro Jesús Barbado López
5 de mayo de 2007
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