Comenzaba a preocuparme al ver
que algunos laicistas de pro, a los que admiro profundamente, veían
en la
sentencia del Tribunal Constitucional respecto a los catequistas
"poco idóneos", una vuelta de tuerca contra el laicismo,
al dar
la razón a la Iglesia.
En mi opinión, es todo lo
contrario, ya que dicha sentencia pone al descubierto lo
relevante y, a la vez, lo absurdo y contradictorio de la presencia
de la enseñanza confesional en la escuela sostenida con fondos públicos, al dejar
meridianamente claro que con el dinero de todos/as se adoctrina en
una moral que en muchas ocasiones se enfrenta a los derechos de los
ciudadanos/as que contrata (pero no paga): divorcio, planificación familiar,
homosexualidad, reivindicaciones laborales, etc.
Y que su transmisión en la
escuela ha de ser coherente con la doctrina y no permitir que sus profesores/as
salgan de la senda moral trazada. Al fin y al cabo, la puerta por la que
entraron, no lo olvidemos.
Es más, esta sentencia nos
debe servir de estímulo para seguir en la brecha, a partir de la herida
que se ha abierto. Nos despierta del letargo en el que nos habían
sumido la LOE y los estatutos de Autonomía. Es un empujón para
seguir adelante. Para denunciar los Acuerdos con el Vaticano
que permiten este tipo de situaciones extrañas y aparentemente
discriminatorias.
Que para ser profesor de
religión se tengan que cumplir unos requisitos y preceptos a
rajatabla es obvio. Así entraron y así deben permanecer. Se entra
por la puerta falsa y, por lo que se ve, se sale por la misma puerta.
Ahora vendrán los sindicatos
cacareando derechos laborales. ¿Dónde estaban estos defensores de
los derechos de los trabajadores/as cuando esta cohorte de 17000
catequistas entró en la escuela para dar clase por su idoneidad,
adquirida gracias a su fervor religioso, su moral intachable y sus
creencias? Por si acaso lo hemos olvidado: el proceso de selección
del profesorado de religión por la jerarquía eclesiástica es
contrario a los artículos 14 y 23.2 de la Constitución, que
exigen, respectivamente, que no exista discriminación por razones de
creencias y que el acceso a la función pública se realice en
condiciones de igualdad.
Alguien dirá que la autoridad
eclesiástica se deshace así a los catequistas más progres y
beligerantes, los que podrían estar al otro lado, el de la visión
laicista. Pero, ¿qué clase
de progre intelectual entra en la escuela para transmitir sus creencias?
Quizá una pregunta más directa
podría ser ésta: ¿Aspiran estos catequistas más "rebeldes" a
que desaparezca la religión de nuestras escuelas?
O esta otra, de lleno en
el corazón de sus aspiraciones profesionales: ¿Tal vez
pretenden convertirse en funcionarios por la gracia de dios, del
sindicato de turno y de un Estado más confesional que nunca?
Lo que dije hace poco en otro
foro: menos x menos = más.