LA NUEVA "LAICIDAZ"
Son cinco los
retos relacionados con la laicidad que nos propone, en las
resoluciones
de su 37º congreso (páginas 109-112), el partido gobernante: Educar a
los jóvenes en una ética cívica, basada en los valores constitucionales
y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; una cultura
pública laica (…); la consolidación, sin discriminaciones, de las
relaciones de cooperación con las diferentes confesiones; la igualdad
ante el Estado de todas las convicciones, sean o no religiosas y, por
último, la desaparición de la confesionalidad que pervive en espacios y
prácticas de las instituciones públicas, incluyendo la simbología
religiosa, de acuerdo con el sentir general de la ciudadanía. Podríamos
denominarla laicidad constitucional postergada, por su origen
(artículo 16 de la Carta Magna) y por su indeterminación temporal, dado
que “su consolidación sólo será posible con el paso de las generaciones
y los cambios culturales concomitantes” (página 109). Pese a todo, ha
provocado la irritación de la jerarquía católica y ciertas expectativas
en los foros laicistas, tras treinta años de criptoconfesionalismo
estatal.
Pero, cuando aún
están calientes los rescoldos de la fumata blanca que anunció la
reelección, como Secretario General, del ideólogo de esta nueva “laicidaz”,
se nos cuelan en los medios de comunicación, entre la crisis financiera
y los escándalos del ladrillo, tres noticias que ponen de manifiesto la
inercia cómplice del Gobierno respecto a las religiones, haciendo
realidad el refrán y el título de la comedia de Shakespeare: “Mucho
ruido y pocas nueces”.
La primera perla
veraniega transcurre entre los días 10 y 12 de julio de 2008, en el
marco de la Expo de Zaragoza. Se trata de un congreso de Ecología
sin ecólogos en el Pabellón de la Santa Sede, presidido por el
presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, el cardenal Martino.
Forman parte del comité de honor el alcalde de Zaragoza y el
vicepresidente del Gobierno de Aragón, paladines del socialismo y
artífices de esta ostentosa exposición sobre el agua y el desarrollo
sostenible. Invitado a participar en un principio, el Consejo Superior
de Investigaciones Científicas se desvincula del mismo, una vez que se
descubre que no es mas que una tapadera para la promoción de una idea
acientífica: el diseño inteligente. Durante tres días se debaten
aspectos como la naturaleza espiritual y corporal del ser humano y su
relación con el planeta, haciéndose propuestas ecologistas que
cualquiera podría suscribir. Un reclamo más de la Santa Sede para
ganarse a los jóvenes (lo “verde” vende).
Pocos días después
se celebra en el palacio del Pardo (¡vaya sede!) una conferencia
internacional para el diálogo de religiones. Como mecenas, el autócrata
rey de Arabia Saudita, un país islámico fundamentalista donde se
persiguen otras prácticas religiosas y se castiga con un rigor
impensable la blasfemia. El propósito oficial: “Llamar la atención de
los gobiernos para luchar contra el vínculo entre la religión y el
terrorismo, así como promover un diálogo constructivo entre aquellos con
la fe religiosa” (BBC, 18.07.08). La finalidad subyacente:
Afrontar la creciente pérdida de valores religiosos. Y arropando esta
farsa, el día de su inauguración, nuestro monarca y tres representantes
del gobierno: su presidente y los ministros de Exteriores y de Justicia.
La nota simpática
la aporta, el 15 de julio, el director general de Tráfico, al presentar,
junto con sus diseñadores, los monjes budistas de Garraf, un manual y un
caro casco budista, con mantras para proteger y pacificar la mente
durante la conducción de motocicletas. Una versión tántrica del “yo
conduzco y San Cristóbal me guía”. Lo que no se anuncia es que, si a
pesar de todo, la máquina o el quitamiedos de turno siegan nuestra
humana existencia, tal vez nos reencarnemos en un caracol, como
penitencia pedagógica.
Un congreso de
teólogos, el diálogo entre líderes religiosos, un casco budista
homologado o las procesiones de Semana Santa son manifestaciones
colectivas de la conciencia libre de los ciudadanos/as, que no
atentarían contra la laicidad, si no fuera por el apoyo del Estado,
cuando sus gobernantes se implican en su organización, las respaldan
con su presencia oficial o las subvencionan con dinero de todos los
contribuyentes. Pero esto no es nada. Heredamos del nacional catolicismo
una pesada losa. Son los
acuerdos con la Santa Sede de 1979, que nos
sitúan a años luz de la verdadera laicidad: El mantenimiento de la
religión en las escuelas sostenidas con fondos públicos; la financiación
de la ICAR, con un porcentaje del IRPF; las subvenciones a los colegios
con ideario católico, en detrimento de la enseñanza pública; el
nombramiento de capellanes en los ejércitos, cárceles y hospitales; la
celebración de funerales religiosos de Estado; la consideración de la
blasfemia como delito; etc. Una laicidad que el PSOE de la “nueva vía”
no sabe o no quiere liderar, debido, tal vez, a las convicciones de sus
líderes o por temor a pagar un elevado precio electoral. Éste es el
lastre que nos impide avanzar.
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