MORGAÑOS
Cuando
éramos niños, mi buen amigo Jacinto me asustaba recordándome la
existencia y terquedad de un extraño animal que, cuando lo molestabas en
su madriguera, comenzaba a perseguirte y no paraba jamás. Lo llamaba
"morgaño", como las arañas patilargas extremeñas. No sé si se
refería a ellas este aprendiz de mago o pensaba como yo, en algo más
peludo y con rabo.
Hoy sé
muy bien lo que son estos testarudos seres, creados por la imaginación
de mi particular clon de Harry Potter. Los he vivido en carne
propia y en la de mis alumnos/as, herederos intelectuales de la
"extinta" EGB y de las actuales ESO y Bachillerato. Son esas ideas
erróneas que se meten en la cabeza y te persiguen durante gran parte de
tu vida. Los docentes intentamos detectarlas para tratar de modificarlas
por otras más acordes con la Ciencia (en esto consiste aprender). Muchas
veces resulta imposible y, como la gran piedra de la colina de Sísifo,
vuelven a rodar por el escenario escolar, cuando parecía que habían
sido abandonadas.
Todos
tenemos nuestros morgaños personales. Algunos no sabemos ni que
nos acosan. Éstos son los peores. Beben en nuestras convicciones más
profundas y se resisten a abandonar las profundidades neuronales. Son la
esencia y la herencia cultural. Todavía intento desembarazarme de unos
cuantos. Pero no lo consigo del todo. Constituyen el equipaje mental
sobre economía, política, sociedad, relaciones humanas, Ciencia, etc. y
son muy útiles para la vida. ¡Pero un lastre para cambiar y adaptarse!
Son muchas
las ideas "erróneas" con las que el alumnado atraviesa las puertas de
entrada y, peor aún, ¡de salida! de la ESO. Y en esto radica el
problema. Su persistencia constituye un bloqueo que impide la
comprensión de nuevos hechos y procesos, así como el aprendizaje de
ideas más complejas. Una de ellas es la respiración, un concepto que se
“implanta” en la escuela primaria, despojado, obviamente, de toda
referencia a los procesos celulares y a la producción de energía. Por
eso el alumnado cree que respiramos para purificar la sangre. Es decir,
al respirar tomamos oxígeno y expulsamos dióxido de carbono, con lo que
la sangre se limpia o purifica. La creencia comienza a cuestionarse
cuando se les pregunta cómo es posible que se recupere un “ahogado”
mediante el “boca a boca”, si lo que le introducimos en sus
pulmones es sólo dióxido de carbono. Lejos de reanimarlo, de esta forma
lo remataríamos. Un tratamiento inteligente de la respiración,
que incluiría algunas experiencias y el concepto de difusión de gases a
través de los alvéolos, debería conducir a lo siguiente: Inspiramos aire
rico en oxígeno (21 %) y lo espiramos un poco más pobre (16 %), porque
la sangre que circula por los alvéolos se queda con una parte de este
gas para que nuestras células respiren. Por eso es efectiva, en algunas
ocasiones, la ventilación pulmonar “boca a boca”. Por eso y
porque insuflando aire generamos las presiones alveolares necesarias
para la ventilación. Por el contrario, espiramos aire con más dióxido de
carbono (4%) que el inspirado (0,03%). Este gas está en la sangre de
paso, procedente de la respiración de nuestras células.
Otra
idea, vinculada a la anterior, hace referencia a la respiración de las
plantas, que el alumnado concibe como un proceso nocturno, contrario a
la fotosíntesis. Las plantas también respiran y con ello producen
energía a expensas del oxígeno y de los hidratos de carbono que han
fabricado, expulsando dióxido de carbono, tanto de noche, ¡como de día!
Esta noción, que los alumnos/as mayores consiguen verbalizar muy bien,
pero no asimilar completamente, les lleva a suponer y a justificar que
no es bueno tener plantas por la noche en una habitación, ya que nos
roban el oxígeno. Para comenzar a cambiar esta idea propongo a mis
alumnos/as que piensen en sus padres (o en otras parejas), que duermen
juntos y que no han aparecido asfixiados al día siguiente de empezar a
vivir sus noches en común, a pesar de “robarse” el oxígeno
mutuamente.
Las ideas precedentes
constituyen una aproximación a la Ciencia del alumnado y al quehacer
diario en la escuela, en el que las experiencias prácticas, si pudieran
realizarse, jugarían un papel decisivo en esta lucha constante contra la
pereza y la inercia intelectual. Recuerde el lector el viejo aforismo:
Me lo explicaron y lo olvidé. Lo vi y lo entendí.
Lo hice y lo aprendí.
Los morgaños de la escuela y de la vida te abrazan y te
dejan de la misma manera.
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