LAS MARIPOSAS DEL
ALMA
Recuerdo los últimos años de Andrea. Su piel tersa y sonrosada, la
mirada gris, una sonrisa fácil y sus manos jugando torpemente con un
trapo, rematando, tal vez, un imaginario y familiar vestido de novia.
Permanecía postrada en su butaca, aturdida, lejana y ausente,
hilvanando los últimos hilos de vida, sin reconocer ni a su propia hija,
quien la cuidaría con profundo amor y extenuante dedicación hasta que
una mañana de mayo de 1994, cerebro y corazón se pararon para siempre.
La
enfermedad de Alzheimer es devastadora y cruel, tanto con los pacientes,
a los que borra su historia personal, como con sus familiares, quienes
constatan, impotentes, cómo la mente del ser querido se desmorona y se
deshace en mil pedazos, hundiéndolos en un pozo sin fondo hasta la
muerte.
La
primera descripción de esta enfermedad la hizo Alois Alzheimer en
Munich, hace 100 años. Se trataba de una mujer de 51, con alteraciones
de la memoria y de la conducta. La autopsia reveló una gran atrofia en
la corteza cerebral y depósitos de una sustancia extraña en el exterior
de las neuronas.
Varios años antes, don Santiago Ramón y Cajal, de quien también
celebramos este año el centenario de su Nóbel, había concebido estas
células como “delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del
alma, cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá el secreto de la vida
mental…” Hoy sabemos que las neuronas configuran la arquitectura
cerebral, como describió y dibujó, con gran precisión y belleza, nuestro
científico más universal. En su “año cumbre” (1888) descubrió,
utilizando técnicas mejoradas de tinción cromo-argéntica, diseñadas por
su colega Golgi, que las neuronas no forman una red difusa y
continua, como se creía hasta entonces, sino que cada una de ellas es
como una especie de “cantón fisiológico absolutamente autónomo”
(un guiño a la ciencia alemana y una anticipación de la España plural de
nuestros días). Para ello, tuvo que trabajar “no ya con
ahínco, sino con furia” y superar la escasez de medios materiales y
la desidia de las políticas científicas de una nación deprimida y
humillada (la de 1898).
Miles de millones de neuronas aleteando, unidas entre sí gracias
al “velcro” de las sinapsis, originan la mente y la consciencia
de uno mismo, es decir, el “alma”, que no es otra cosa que física y
química: mensajes eléctricos que parten del cuerpo principal de la
neurona, continúan por su axón (prolongación) y llegan a las dendritas
(ramificaciones arborescentes) de otras células, en donde vierten “ríos”
de neurotransmisores, encendiendo y apagando, de esta manera, los
circuitos de la mente. Es así como se tejen nuestros pensamientos y
recuerdos.
Esta tipo de demencia se hereda de forma dominante en menos de un 5% de
los casos y el resto se debe a factores de riesgo, como el virus del
herpes labial (descubrimiento reciente made in spain). También se
conoce la naturaleza de las placas neurotóxicas: son depósitos de
proteínas (amiloides) que matan neuronas, provocando una disminución de
la cantidad de neurotransmisores, como la acetilcolina, fundamental
para la atención, la memoria y el aprendizaje. Millones de células
nerviosas que mueren. “Alma” que agoniza.
Algunos tratamientos consisten en retener estas sustancias durante más
tiempo, , para prolongar su efecto. Pero no están dando buenos
resultados. Sin embargo, hay varias estrategias emergentes: La
implantación de células madres; la inmunoterapia, es decir, la
destrucción con anticuerpos de las proteínas tóxicas y, por último, la
utilización de señuelos que eviten la acumulación de éstas proteínas y
originen las placas “asesinas”.
Dos centenarios, el del Alzheimer y el del descubrimiento de la
“textura” íntima del cerebro nos sirven para ilustrar la importancia de
la Cultura Científica en nuestros días. Ya lo adelantó el ilustre
aragonés en 1899, al reclamar de los políticos el abandono de su
“egoísmo estrecho de partido y pandilla”; de los aristócratas y
capitalistas, “la codicia de los bienes materiales” y del clero,
el dejar atrás “aquellas terribles intolerancias (…)”; para
establecer, como único camino, el “entrar sinceramente en la
corriente de la moderna vida y preparar el porvenir, alistándose
resueltamente en la causa de la civilización”. Ese es el reto de la
sociedad. Y el nuestro, como docentes. Si nos dejan.
Casimiro Jesús Barbado López
Coordinador del colectivo
Profesorado de Córdoba por la Cultura Científica
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