MANDA LA RELIGIÓN
En muchas ocasiones
recurrimos al principio de acción y reacción para explicar
determinados comportamientos o situaciones de la vida cotidiana. Por
ejemplo, las relaciones entre padres e hijos o la política, donde se
producen posicionamientos progresivamente más distanciados a partir de
actitudes inicialmente enfrentadas. Incluso sucede en el deporte rey,
materializándose en forma de paradigma deportivo: el contraataque.
Este mismo principio
explica lo que está sucediendo en materia de enseñanza religiosa en
España: Una fuerza de acción en un sentido dispara otra fuerza de
reacción en sentido contrario y aleja el péndulo de una posición,
supuestamente central, en la que los eclécticos creen encontrar la
verdad o el camino. No es mi caso.
Somos muchos los que de
una forma reiterada hemos levantado nuestra voz en contra de la
presencia de la Religión en la escuela sostenida con fondos públicos,
por varias razones: su dudosa constitucionalidad, ya que obliga a hacer
público lo que es privado e íntimo; su potencial segregador y promotor
de marginación, agravado por la incorporación a la escuela pública de
niños y niñas inmigrantes. Finalmente, porque ingentes cantidades de
dinero público se invierten en adoctrinamiento en favor de una
confesión religiosa mayoritaria, que de esta forma, sigue manteniendo
sus privilegios, en un Estado aconfesional, bajo el pretexto de que los
padres tenemos derecho a elegir la educación religiosa y moral de
nuestros hijos; mientras que, paradójicamente, ateos, judíos o
adventistas de séptimo cielo tienen que ingeniárselas para tratar
de hacer lo mismo con sus vástagos, sin que ese mismo Estado les ampare
en este derecho.
Como respuesta a este
movimiento contrario a la enseñanza de la Religión en la escuela
pública, liderado por partidos políticos de izquierda, sindicatos de
enseñanza progresistas, colectivos laicos y algunas asociaciones de
madres y padres, nuestro gobierno central cierra sus filas conservadoras
y da varias vueltas de tuerca en sentido contrario: No querías
arroz, pues toma tres tazas.
El nuevo planteamiento
desborda la situación actual heredada de la LOGSE, con un área de
Religión evaluable, pero sin valor académico, y su alternativa, que ni
siquiera aparece en el libro de calificaciones. Pero este artificio
pseudoprogresista, obra de un PSOE en el poder (¡qué oportunidad
perdida!) no satisfacía a la Iglesia Católica, que veía como su
asignatura iba perdiendo el rango ganado en otro tiempo, a la sombra de
un régimen agotado políticamente.
Y se promulga la
contestada Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE) estableciendo
una nueva asignatura denominada Sociedad, Cultura y Religión con
dos opciones: una confesional, diseñada por la autoridad religiosa
(léase Conferencia Episcopal Española) e impartido por catequistas; la
otra, no confesional, con una programación elaborada por la
Administración Educativa e impartida por profesorado de Ciencias
Sociales o Filosofía en los centros de Secundaria. Todos en la nómina de
la Consejería de Educación correspondiente.
Ambos enfoques son
excluyentes y, si tenemos en cuenta que la misma LOCE considera básico
el conocimiento del hecho religioso desde una perspectiva amplia, en la
que las manifestaciones culturales e históricas, impregnadas muchas
veces de mitos y creencias, jueguen un papel fundamental bajo el prisma
de la opción no confesional (esperemos que así sea); los discípulos de
la enseñanza estrictamente religiosa recibirán una formación parcial en
este campo del conocimiento, ajenos a buena parte del acervo cultural de
la humanidad. De esta forma, ambos enfoques, tan diferentes en cuanto a
forma y contenidos, solo servirán para alejar aún más las posturas
vitales de nuestro alumnado.
Por otra parte, los
decretos que desarrollarán esta ley contemplan, provisionalmente, 210
horas de esta nueva asignatura en toda la ESO, en detrimento de otras
áreas. Y es aquí, en el horario de las diversas asignaturas, donde se
aprieta la reaccionaria tuerca que conduce hacia una educación sesgada,
en la que la moral religiosa mayoritaria se impone a una ética
conciliadora, universal y laica, basada en unos valores compartidos por
todos. Serán 210 horas de doctrina religiosa o su alternativa, frente a
las 185 horas de Ciencias Naturales (Física y Química más Biología y
Geología) las que recibirá un alumno/a que termine sus estudios de ESO
siguiendo el Itinerario Tecnológico.
Aunque solo se trate de
números, la distribución horaria anterior nos conduce a una asignatura
confesional o, en su defecto, una cultura sobre el fenómeno religioso,
con un peso mayor, en la formación básica de los ciudadanos, que el
conocimiento del funcionamiento de nuestro cuerpo o de la naturaleza,
incluyendo sus implicaciones respecto a la salud y el medio ambiente,
las leyes que rigen el movimiento, las interacciones entre la materia o
las relaciones entre los seres vivos, por explicitar algunos de los
elementos curriculares del área de Ciencias. Esto quiere decir, que el
catecismo, tal vez en su versión más moderna y adaptada a los nuevos
tiempos, superará al conjunto de conceptos, procedimientos y actitudes
que configuran el currículo básico de Ciencias Naturales, y que el
tratamiento de lo trascendente, basado en la fe y en las convicciones
religiosas, se sitúa en un plano superior al conocimiento basado en la
razón y en la experimentación. Es un viaje en el tiempo a la oscuridad
de la Edad Media, en pleno siglo XXI. Como un agujero negro al que nos
acercamos en un proceso continuo de analfabetización científica
imparable.
Pero la amenaza se cierne
más allá, y esos u otros decretos nos hablan de la evaluación de
esta nueva asignatura y su equiparación al resto de las disciplinas.
Para ello, tendrá el mismo peso que las demás asignaturas en la
promoción de curso, en la titulación o en la media académica. Lo que
traducido al cristiano, y nunca mejor dicho, es que un alumno/a
con las asignaturas de Lengua, Francés y Religión pendientes no pasará
de curso.
Se obvia que la Religión,
por la naturaleza de sus contenidos, es decir, por las creencias en las
que se sustenta, no se ajusta a la objetividad de las demás materias y,
por esta razón, su evaluación carece de todo fundamento.
Además, la existencia de
dos opciones diferentes implicará dos sistemas de evaluación paralelos,
en un mismo nivel académico: Una evaluación realizada por profesorado
ajeno al sistema educativo, a partir de una programación impuesta por la
jerarquía eclesiástica, con criterios dudosamente objetivos y otra forma
de evaluación, en la versión no confesional, realizada por el
profesorado del centro, a partir de una programación oficial elaborada
por la Administración Educativa y con criterios semejantes a los de
otras áreas del currículo. A partir de esta doble fórmula, solo hay un
pequeño paso hasta la arbitrariedad, la injusticia o la
discriminación.
Y para completar el
cúmulo de despropósitos, aparece en escena la Consejería de Educación de
la Junta de Andalucía, la cual, estableciendo unos planteamientos
puramente economicistas, impone a los centros, como primer criterio para
la elaboración de grupos, la elección de la Religión, es decir: los
grupos deben ser homogéneos en cuanto a la enseñanza religiosa;
navegando en contra de la heterogeneidad que enriquece el contexto
escolar y las relaciones entre sus miembros.
Es posible que algún día
terminemos clasificando de esta guisa al alumnado. Y así, por ejemplo,
un 2º de la ESO de cualquier instituto podría tener los siguientes
grupos: 2º A, católicos; 2º B, protestantes diversos; 2º C, musulmanes;
2º D, ateos, agnósticos y demás fauna (con perdón) dispersa.
Mientras tanto: Aquí
manda la Religión, de nuevo.
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