CASIMIRO JESÚS BARBADO LÓPEZ

 

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HISTORIA HELICOIDAL DE IDA Y VUELTA

 Aunque ya es primavera en los grandes almacenes, un viento helado agita las hojas de los árboles que no se atrevieron a mostrar sus inti­midades al crudo invierno anterior.  Son las once de la noche del día veinticuatro de marzo de 1988. En la caja tonta de millones de hogares, un estúpido programa de precios desconocidos y sonrisas de azafatas de "plástico", asesina valiosas conversaciones familiares alrededor de la mesa camilla. No es mi caso. Estoy solo y hace meses que el televisor sufrió un afortunado descalabro que lo silenció definitivamente.

 

            Abro entre mis manos una vieja libreta con muelle en la que se extienden, con mayor o menor fortuna, otros " muelles ", a modo de palabras, que ni un terrible profesor de Primero de Bachillerato pudo domesticar en sus clases de Matemáticas caligráficas. Dentro de veinte minutos he de cumplir con la exigencia que mi sórdido destino me ha deparado. Antes de que llegue este momento, descifro, angustiosamente, una de las páginas, del diario helicoidal de Gervasio Ramírez...

 

 "Hoy ha sucedido algo extraordinario. A las once y veinte de la noche me ha sobresaltado el timbre del telé­fono y una voz temblorosa ha preguntado por mí identidad. He respondido con mi nombre y con una pregunta parecida. Tras un largo silencio, el comunicante anónimo ha colgado  el aparato. A las once y media ha vuelto a sonar. La misma voz, ésta vez más angustiosa y triste, me ha comunicado lo que, a continuación, transcribo literalmente: 

 

"Soy Gervasio Ramírez. Te parecerá increíble, pero soy tú mismo llamándote desde tu futuro, que es mi presente. Vivo  en una ciudad extraña para los dos. Tú, ni siquiera la conoces. Durante varios años compartí mi vida con una mujer. Tuvi­mos una hija. Sólo tengo tiempo para decirte que he vivido obsesionado con la llegada de este mo­mento. Esta obsesión me ha proporcionado la soledad que sufro. Nadie me cree. Mis amigos consi­deran que padezco alguna rara enfermedad mental.  Mi compañera me abandonó  alegando que nuestra relación era ya insostenible. Ella conocía los pormenores de nuestro encuentro, al formar  parte de un relato que presenté a un  certamen literario. En cierta ocasión le indicó a mi psiquiatra que este relato  había marcado el comienzo de mis desvaríos. El brujo del cerebro sólo extendió su mano para cobrar los honorarios. Sé que no puedes preguntarme nada. No hay nada ni nadie que me lo impida pero así está escrito en mi diario. No hago otra cosa, en estos instantes, que dar lectura a lo que tú mismo vas a escribir dentro de unos minutos. Adiós, Gervasio”.  

 

La página  de la libreta que hoy releo por enésima vez, termina así:

 

“La voz se apagó. Fue entonces cuando pude reflexionar y comencé y a sentar las bases de una explicación coherente que justificase la extraña llamada nocturna: No era otra cosa que una broma sutil, no sé si de mal gusto, aunque sí de un gusto retorcido. Tengo amigos y conocidos con una imaginación que les permite dar a luz engendros de esta naturaleza." 

 

Cabeza del Buey,  24 de marzo de 1974. 

 

Miro el reloj. Son ya las once y cuarto. Me sirvo una copa de coñac. ¿Cuántas me he tomado esta noche? La bebo de un trago, como me he bebido mis treinta años. Pienso en Salvia, mi hija de tres; en el abandono de mi mujer; en el traslado a esta ciudad, desde la que escribo estas desesperadas líneas, rodeado de miles de años apilados entre las piedras de sus edificios, que me miran con ojos de historia maldita. 

 

Mi corazón galopa. Un sudor frío baña mi cuerpo. Son las once y veinte.  Descuelgo el teléfono. Nueve, dos, cuatro, seis, cero, cero... Señal de llamada con el pasado. Sé con seguridad que en la casa no vive nadie.  Sin embargo, alguien descuelga el aparato. Pregunto. Responde Gervasio. No puedo continuar. Un nudo me aprisiona la garganta. Pienso en la influen­cia de mi mensaje en la vida de un muchacho de dieciséis años. Cuelgo sin estar muy seguro de que deba hacerlo. 

 

Son las once y  treinta.  He hacer la segunda llamada. Me acuerdo de mi psiquiatra, con la mano extendida, y de la niña que arrancaron de mis brazos...

 

            Son más de las doce. El día veinticuatro de marzo de 1988 pertenece ya a la historia, Pero no sé bien a qué historia. Decidí no desvelar a Gervasio Ramírez  adolescente las claves de su futuro, pensando que, si no las conocía, podría ser un hombre un poco más feliz. No habría en su vida ni obsesiones ni psiquia­tras.

 

            Sin embargo, aquella noche, recibí una extraña llamada que registré en mi diario. Una llamada que me ha llevado a esta pregunta absurda: Si yo no llamé, ¿quién lo hizo?

 

            Es como si la vida de una persona no fuese única, sino múltiple. Historias que se entrecruzan como las “cuerdas" del universo. Creo, a estas horas de la madrugada, que ayer (o mañana, no sé) fui (seré) testigo de la intersección de, al menos, tres historias de Gervasio Ramírez: La del bebedor de coñac, la del receptor del mensaje y la de un extraño que se entrometió, a las once y media, cuando uno de ellos decidía romper con su destino.

 

...

 

Violeta levantó la vista de los folios que sustentan este relato y me miró con ojos  asombrados. Por un momento pensé que la historia que mantenía mi esposa entre sus manos era el comienzo de una nueva etapa de nuestra vida. Y un escalofrío recorrió mi espalda.

 

 Gervasio Ramírez. Agosto de 1988