CASIMIRO JESÚS BARBADO LÓPEZ

 

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ENCUENTROS EN LA SEGUNDA FASE

 

La LOE se está tramitando y hay pistas muy claras que sugieren que nuestro “progresista” Gobierno va a dar por finalizado el debate sobre la religión y su alternativa con un contundente  epitafio, a la manera de parte de guerra: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército laicista, las tropas confesionales han alcanzado sus últimos objetivos educativos. La religión se queda  en la escuela para siempre”.  Como me parece un despropósito,  voy a tratar de fundamentar por qué la enseñanza alternativa a la religión no debe ser obligatoria y, como consecuencia, aportaré otra de las razones por las cuales  la religión ha de quedar fuera del ámbito escolar.

 

El valor educativo de una determinada enseñanza queda definido por su relación con el currículo, es decir: por su contribución al logro de los Objetivos Generales de Etapa y por  su evaluación. Así pues, unas enseñanzas que no desarrollen el currículo ni sean objeto de evaluación, carecen, a mi juicio, del valor educativo formal que se les supone a las demás materias y, por lo tanto,  no deberían formar parte del conocimiento escolar obligatorio, es decir, de aquel  que el alumnado ha de asimilar durante el periodo lectivo.

 

Y esto es aplicable a las enseñanzas alternativas, según el artículo 3 del aún vigente RD 2438/1994, por el que se regula la enseñanza de la religión en los centros escolares. En él se contempla la organización de las enseñanzas alternativas en horario simultáneo a las clases del área de religión, especificando, además, que las mismas no versarán sobre contenidos incluidos en las enseñanzas mínimas ni en el currículo de los respectivos niveles educativos. Así mismo, éstas enseñanzas complementarias serán obligatorias para el alumnado que opte por no recibir enseñaza religiosa, pero que no serán objeto de evaluación ni tendrán constancia en los expedientes académicos. En estas circunstancias, los alumnos/as que reciben enseñanzas  alternativas son  rehenes del horario de religión.

 

Desde esta perspectiva, unas enseñanzas  con estas características, es decir,  extracurriculares,   tienen que ser opcionales, como las enseñanzas impartidas en el centro por las tardes, dentro del Plan de Apoyo a las Familias.

Pero esto es la teoría. La práctica es caótica y  discriminadora, sobre todo  en Infantil y en Primaria, etapas en las que los niños y niñas son segregados de su grupo,  “aparcados” en cualquier rincón del centro a causa de las creencias familiares (o su ausencia); mientras plantea en Secundaria otros problemas derivados de la percepción que de estas enseñanzas tiene el alumnado, armado de razones para no prestarles el más mínimo interés.

 

Ante este dislate, un atento e inteligente lector podría considerar conveniente o incluso necesario  otorgarles valor educativo y convertirlas en un área curricular, con unos contenidos atractivos para el alumnado, que compitiese con los confesionales a la hora de  captar educandos indiferentes.  Esta opción difícilmente superaría una denuncia ante la Justicia por discriminar al alumnado “confesional”. Hay antecedentes: varias sentencias dictadas en 1994 por la Sala de lo Contencioso- Administrativo del Tribunal Supremo que anularon otros tantos Reales Decretos en los que la alternativa a la religión eran actividades de “estudio dirigido” (con contenidos curriculares). Y si prosperase, solo serviría, paradójicamente, para consolidar la enseñanza de las  religiones y, en concreto, los privilegios de la confesión mayoritaria, así como la perversa segregación en la escuela por razones de conciencia (algo que los que militamos en el laicismo consideramos contrario a los derechos fundamentales).

 

A mi juicio,  el problema se solucionaría con el traslado de las enseñanzas religiosas al ámbito privado o al de cada una de las confesiones, o bien, su desplazamiento fuera del periodo lectivo. Unos modelos más acordes con la  no confesionalidad del Estado.

 

Con estas razones, como padre  afectado, animo a renunciar  a unas enseñanzas alternativas tan devaluadas, apoyando así una hipotética segunda fase hacia una Escuela Pública y Laica,  sin exclusiones de ninguna naturaleza.

 

Para conseguir este  irrenunciable objetivo  será necesaria  una tercera y definitiva fase, como en la famosa película de extraterrestres (¡qué ironía!). El Consejo Escolar del Estado escribió, hace varios meses, el comienzo de su guión: la revisión de los acuerdos con la Santa Sede aprobados poco después de la Constitución del año 1978, pero gestados mucho antes, como herencia espiritual de otros tiempos, en los que la Iglesia Católica iluminaba la moral de la sociedad. Pero esto es otra historia que está por escribir.