CASIMIRO JESÚS BARBADO LÓPEZ

 

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ECOTROLAS 

La ecobola y la ecoducha son dos propuestas “naturales” para lavar la ropa sin detergente y ducharnos sin jabón. Ambas se basan en el poder beneficioso de los iones negativos. La generación de éstos se consigue, en la ducha,  micronizando el agua; es decir, haciéndola pasar por un tamiz con un diámetro de poro muy pequeño. La ecobola contiene bolitas de cerámica emisoras de rayos infrarrojos que rompen las combinaciones de hidrógeno del agua y aumentan su movimiento, incrementando así su poder de lavado. Ambas tienen también  un poderoso efecto bactericida y fungicida. Los beneficios son múltiples: Ahorro de agua, detergente, jabón y geles;  reducción de la contaminación y mejora de nuestra salud, ya que la ducha previene contra la caspa, el acné y la caída del cabello y alivia, entre otras patologías, la dermatitis y la psoriasis. ¡Una maravilla!… Si fuese verdad.

Pero, ni existen ensayos clínicos respecto a las bondades de los iones negativos ni pruebas que confirmen los beneficios para la salud de la ecoducha. Y, aunque las bolitas de cerámica emiten radiación infrarroja (como un periódico o usted mismo, atento/a lector/a), no ionizan las moléculas de agua. Tampoco lo hace su micronización. ¡Menos mal! Si así fuera,  se formarían radicales libres de oxígeno, unos agentes muy oxidantes que podrían provocar alteraciones en las células de la piel y de las vías respiratorias. Por tanto, seguiremos necesitando el jabón, con su diseño molecular perfecto (muy natural, por cierto): Por un lado se une a las moléculas de grasa y, por el otro,  a las de agua, arrastrando la suciedad con el lavado. Y para cumplir con creces con la higiene y la limpieza, sin cometer “pecado” contra Gaia, bastaría con echar  menos detergente a la colada, lavar a menor temperatura y ducharse en vez de bañarse.

Los tres principios anteriores: Reducir el consumo, propiciar la salud y cuidar el medio-ambiente sustentan el consumo ecológico y responsable. Gracias a la aparición de estas nuevas sensibilidades y conciencias, lo ecológico se está poniendo de moda (¡cara!). Hay incluso avances tecno-ecológicos, como lavadoras y coches. Por eso, en este nuevo contexto social, es necesario definir con rigor lo que significa este concepto. En alimentación tenemos  ya un referente. Es la agricultura ecológica (biológica u orgánica): Un método de producción agrícola y ganadera caracterizado por el mantenimiento de la biodiversidad de los ecosistemas y la fertilidad del suelo, que excluye el uso de productos químicos de síntesis tales como abonos, fertilizantes y biocidas (herbicidas, insecticidas, etc.), así como el de organismos modificados genéticamente. Esto no significa una vuelta al pasado, sino un paso más en la aplicación del  conocimiento científico global  al medio-ambiente y a la salud. En otras áreas de consumo existe la denominada “etiqueta ecológica”, cuyo objetivo es la promoción de productos que pueden reducir los efectos ambientales adversos, en comparación con otros productos de la misma categoría. Así, bajo estos puntos de vista más estrictos y regulados, pocos bienes de consumo son realmente ecológicos. La mayoría son “ecotrolas”, auténticos camelos que  se esconden muchas veces bajo el término natural, disfrazados de un lenguaje pseudo-científico, para dotar al mensaje de mayor rigor y seriedad. Y de paso, darnos el sablazo.  

Los productos procedentes de la agricultura ecológica son más nutritivos y saludables que los convencionales. Hay estudios independientes que lo avalan. Pero, a sabiendas de que esta opinión será refutada por los negacionistas más recalcitrantes y la siguiente por los verdes más “iluminados”, también he de decir que lo natural no siempre es beneficioso. Hace decenas de miles de años los seres humanos descubrimos el fuego. Desde entonces hemos dado pasos de gigante en nuestra evolución cultural. La comida cocinada nos ha permitido aprovechar mejor los alimentos, almacenarlos, transportarlos, facilitar su digestión, eliminar sus microorganismos, neutralizar ciertas sustancias tóxicas, etc. Sin embargo, la moda crudista está en auge y no es una forma de alimentación saludable. También lo están las “medicinas naturales” (reiki, biomagnetismo, gemas curativas, etc.), pero muy pocas de estas terapias se basan en resultados contrastables y reproducibles, aunque tal vez posean efecto placebo. El engaño se cuela en nuestras vidas cuando asumimos el consumo como una religión: Con una fe ciega en las fuentes de información, agravada por la falta de cultura científica y de su valor  añadido: el espíritu crítico. 

Sin embargo, a pesar de que pocas cosas son ecológicas, en el sentido legal del término, sí podemos hacer algo por nuestra salud, el medio-ambiente y las generaciones presentes y futuras: Consumamos menos y de forma más inteligente, solidaria y comprometida, para legar a nuestros nietos/as, a todos los nietos/as del planeta, un mundo mejor. Ésta es la esencia de la sostenibilidad.