ECOTROLAS
La ecobola y la ecoducha
son dos propuestas “naturales” para lavar la ropa sin detergente y
ducharnos sin jabón. Ambas se basan en el poder beneficioso de los
iones negativos. La generación de éstos se consigue, en la ducha, micronizando
el agua; es decir, haciéndola pasar por un tamiz con un diámetro de poro
muy pequeño. La ecobola contiene bolitas de cerámica emisoras de
rayos infrarrojos que rompen las combinaciones de hidrógeno del agua
y aumentan su movimiento, incrementando así su poder de lavado.
Ambas tienen también un poderoso efecto bactericida y fungicida. Los
beneficios son múltiples: Ahorro de agua, detergente, jabón y geles;
reducción de la contaminación y mejora de nuestra salud, ya que la
ducha previene contra la caspa, el acné y la caída del cabello y alivia,
entre otras patologías, la dermatitis y la psoriasis. ¡Una maravilla!…
Si fuese verdad.
Pero, ni existen ensayos clínicos
respecto a las bondades de los iones negativos ni pruebas que confirmen
los beneficios para la salud de la ecoducha. Y, aunque las
bolitas de cerámica emiten radiación infrarroja (como un periódico o
usted mismo, atento/a lector/a), no ionizan las moléculas de agua.
Tampoco lo hace su micronización. ¡Menos mal! Si así fuera, se
formarían radicales libres de oxígeno, unos agentes muy oxidantes que
podrían provocar alteraciones en las células de la piel y de las vías
respiratorias. Por tanto, seguiremos necesitando el jabón, con su diseño
molecular perfecto (muy natural, por cierto): Por un lado se une a las
moléculas de grasa y, por el otro, a las de agua, arrastrando la
suciedad con el lavado. Y para cumplir con creces con la higiene y la
limpieza, sin cometer “pecado” contra Gaia, bastaría con echar
menos detergente a la colada, lavar a menor temperatura y ducharse en
vez de bañarse.
Los tres principios anteriores:
Reducir el consumo, propiciar la salud y cuidar el medio-ambiente
sustentan el consumo ecológico y responsable. Gracias a la aparición de
estas nuevas sensibilidades y conciencias, lo ecológico se está poniendo
de moda (¡cara!). Hay incluso avances tecno-ecológicos, como lavadoras y
coches. Por eso, en este nuevo contexto social, es necesario definir con
rigor lo que significa este concepto. En alimentación tenemos ya un
referente. Es la agricultura ecológica (biológica u orgánica): Un método
de producción agrícola y ganadera caracterizado por el mantenimiento de
la biodiversidad de los ecosistemas y la fertilidad del suelo, que
excluye el uso de productos químicos de síntesis tales como abonos,
fertilizantes y biocidas (herbicidas, insecticidas, etc.), así como el
de organismos modificados genéticamente. Esto no significa una vuelta al
pasado, sino un paso más en la aplicación del conocimiento científico
global al medio-ambiente y a la salud. En otras áreas de consumo existe
la denominada “etiqueta ecológica”, cuyo objetivo es la promoción
de productos que pueden reducir los efectos ambientales adversos, en
comparación con otros productos de la misma categoría. Así, bajo estos
puntos de vista más estrictos y regulados, pocos bienes de consumo son
realmente ecológicos. La mayoría son “ecotrolas”, auténticos camelos que
se esconden muchas veces bajo el término natural, disfrazados de un
lenguaje pseudo-científico, para dotar al mensaje de mayor rigor y
seriedad. Y de paso, darnos el sablazo.
Los productos procedentes de la
agricultura ecológica son más nutritivos y saludables que los
convencionales. Hay estudios independientes que lo avalan. Pero, a
sabiendas de que esta opinión será refutada por los negacionistas más
recalcitrantes y la siguiente por los verdes más “iluminados”, también
he de decir que lo natural no siempre es beneficioso. Hace decenas de
miles de años los seres humanos descubrimos el fuego. Desde entonces
hemos dado pasos de gigante en nuestra evolución cultural. La comida
cocinada nos ha permitido aprovechar mejor los alimentos, almacenarlos,
transportarlos, facilitar su digestión, eliminar sus microorganismos,
neutralizar ciertas sustancias tóxicas, etc. Sin embargo, la moda
crudista está en auge y no es una forma de alimentación saludable.
También lo están las “medicinas naturales” (reiki,
biomagnetismo, gemas curativas, etc.), pero muy pocas de
estas terapias se basan en resultados contrastables y reproducibles,
aunque tal vez posean efecto placebo. El engaño se cuela en nuestras
vidas cuando asumimos el consumo como una religión: Con una fe ciega en
las fuentes de información, agravada por la falta de cultura científica
y de su valor añadido: el espíritu crítico.
Sin embargo, a pesar de que pocas
cosas son ecológicas, en el sentido legal del término, sí podemos hacer
algo por nuestra salud, el medio-ambiente y las generaciones presentes y
futuras: Consumamos menos y de forma más inteligente, solidaria y
comprometida, para legar a nuestros nietos/as, a todos los nietos/as del
planeta, un mundo mejor. Ésta es la esencia de la sostenibilidad.
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