Cuando
hablamos de dios, hablamos de Dios. Dios como la última causa.
Un Dios creador y personal al que se le reza, que nos escucha (o
no), que puede intervenir en los asuntos humanos, que lo sabe
todo, etc. El Dios de los monoteísmos. No hablo del dios de las
montañas, ni de las tormentas, ni del agua.
La Ciencia
es atea (la RAE define ateo con claridad: el que niega la
existencia de Dios). Tú misma lo reconoces:
Y para ser ateo, tendría que
estar prohibida la presencia de dios y estar presente la negación de
dios. ¡Pues
por eso es atea! No porque lo niegue explícitamente, sino porque no
lo presupone. No es un axioma al que se acude para tratar de
explicar el universo y sus leyes. Además, su presencia está
prohibida y su negación está presente. Si estuviese permitida,
renunciaríamos a seguir buscando la verdad. No hubiese habido
teorías sobre agujeros negros, evolución, etc. No habría
neurobiología, etc. Ya habríamos encontrado respuestas a los grandes
interrogantes: sería Dios y lo que se deriva de la presunción de su
existencia en función de cada una de las religiones que lo adoran:
una moral represora y el miedo al castigo eterno, por ejemplo. O la
dicha de mucha gente que es feliz asumiendo que su tránsito por esta
vida es como un valle de lágrimas antes de alcanzar la unión con
Él.
La
biología, la química, la física, la geología parten de un principio:
todo lo que existe puede explicarse en términos de tiempo, materia y
energía. Si dios es la materia y la energía del universo, vale. Así
estaría en el carbón y en las bacterias del intestino. Pero pocos
templos se llenarían con estas ideas y pocos iluminados vivirían de
este cuento (bueno, algunas iglesias tienen radiadores eléctricos
para hacer más llevadera la oración durante el crudo invierno). Por
eso pienso que los panteístas también son ateos. Decir que dios está
en todo o que es todo es lo mismo que no decir nada.
Es cierto
que incluso en nuestros días la Ciencia presenta muchas lagunas y
mares y océanos. Pero desde luego no se rellenan apelando a dios.
Dios está prohibido. Por eso insisto en que es atea. Llámale atea
implícita. Algunos/as iríamos más allá y diríamos que debería serlo
explícitamente. E incluso ser beligerantes (en términos poéticos y
metafóricos) con las creencias infundadas (nunca con los creyentes,
pues comparto contigo el respeto hacia todas las personas, con
independencia de su credo). Algo así como: Manual de Biología.
Capítulo I: Dios no existe. Tampoco existe el alma. Si crees que sí,
cierra el libro, porque corres el riesgo de perder la fe.
O como la invitación de Leo Bassi
a los creyentes para salir de su espectáculo “La revelación” antes
de comenzar, con el riesgo de que su permanencia podría debilitar
sus creencias.
Los
científicos también son ateos, en su mayoría. Los numbers one
más todavía, según recientes estudios. Einstein lo era. Tuvo sus
encontronazos con rabinos de su tiempo. Su dios era como el de
Hawking, retórico: La última causa, las leyes de la naturaleza, la
energía, etc. Es muy frecuente que los grandes genios apelen a la
palabra dios (Dios) para entenderse con la gente, para evitar así la
oscuridad de los términos cosmológicos o de la mecánica cuántica. Y
así, no jugar a los dados significa que no hay azar. Otro
ejemplo: las opciones de creación divinas no serían más
que diversas posibilidades en cuanto al origen y evolución del
universo.
Para
terminar, dos perlas del primero:
“Por
supuesto que es mentira todo lo que ustedes han leído sobre mis
convicciones religiosas (…) No creo en un Dios personal y no lo he
negado nunca, sino que lo he expresado muy claramente. Si hay algo
en mí que pueda llamarse religioso es la ilimitada admiración por la
estructura del mundo, hasta donde la ciencia puede revelarla”.
“La
idea de un Dios personal es bastante extraña para mí, e incluso me
parece infantil.”
(Dawkins, El
espejismo de Dios, capítulo I).