http://www.facebook.com/note.php?note_id=417246749317
COCHES Y MUÑECAS (*)
En el año 2002, la investigadora Melisa Himer
llevó a cabo un interesante experimento con individuos de ambos sexos,
de muy corta edad, que no habían recibido aún influencias parentales ni
ambientales. Les entregó varios juguetes sexistas: Coches y muñecas. Si
el ambiente o la cultura fuesen responsables de las diferencias
sexuales durante el juego, esperaríamos encontrar a sujetos masculinos
y femeninos jugando indistintamente con ambos juguetes. Pero no fue así.
El 100 % de los primeros jugaron con coches, mientras las segundas lo
hicieron con ambos juguetes. Esto probaba la existencia de un claro
dimorfismo sexual de origen biológico en… ¡unos monitos!
Comprendo el temor de muchas personas a
enfrentarse con este tipo de hechos en los seres humanos: La
justificación de la discriminación sexual o de la superioridad
intelectual de uno de los sexos. Pero la neurobiología nos muestra que
hay muchas “inteligencias” y que, además, esa superioridad intelectual
no existe. Paralelamente, la Ética considera que el sexismo es
inaceptable.
Pero, ¿por qué no van e existir diferencias en
el cerebro y en el producto de su actividad, la mente, si las hay en la
entrepierna (con perdón)? Estas diferencias anatómicas son el
resultado de la acción de las hormonas, que a su vez obedecen las
órdenes dictadas por las dotaciones cromosómicas de los embriones XY
(machos) o XX (hembras). Es un plan grabado mediante selección natural
en nuestros cromosomas, millones de años atrás, para asegurar la
transmisión de los genes. Por esta razón disponemos de órganos sexuales
diferenciados y una batería de conductas que garantizan el
apareamiento, el cuidado de la prole y los vínculos afectivos en el seno
de la familia. Lo cual significa que sentimos con las mismas estructuras
nerviosas del pasado, en un tiempo y en unos entornos en los que las
relaciones son mucho más complejas. Afortunadamente, nuestro cerebro
también está dotado de otras herramientas cognitivas: El lenguaje,
algunos circuitos morales innatos, que controlan ese fuego interno
hormonal y otros, en los lóbulos frontales, con funciones intelectivas
superiores. E interaccionado con todo, la experiencia individual, la
educación y la cultura acumulada.
Obviando el tamaño cerebral, más grande en los
varones que en las hembras, como lo es su tamaño corporal, la primera
diferencia se da en un pequeño núcleo del hipotálamo, esa glándula
endocrina ubicada en la base de nuestro cerebro que controla, entre
otras funciones, la temperatura, el hambre y la reproducción. Este
núcleo, 2.5 veces mayor en los hombres, es el responsable del impulso y
el comportamiento sexual típicamente masculino.
Una segunda diferencia reside en las neuronas
espejo, repartidas por diferentes áreas cerebrales. Estas células se
activan cuando un animal, como el ser humano, observa el comportamiento
de otro, especialmente si es de su misma especie. Intervienen en
procesos de aprendizaje por imitación, en la empatía (ponerse en el
lugar de los demás) y en otras capacidades cognitivas necesarias para la
vida en grupo. Recientes estudios han confirmado que las mujeres poseen
más neuronas espejo, lo que se traduce en algo más de “contagio”
emocional. Esto les permitió, en el amanecer de los homínidos,
interpretar mejor las emociones de las crías y mantener los lazos
familiares.
El cuerpo calloso, esa banda de tejido blanco
que comunica los dos hemisferios cerebrales, es también mayor en las
mujeres. Su función está vinculada al trasvase de información entre la
parte izquierda del cerebro, más analítica, y la derecha, más emocional.
Esta diferencia explica por qué las mujeres son más conscientes de sus
propias emociones y las manejan mejor, por qué las incorporan más
fácilmente al pensamiento y al habla y por qué establecen juicios y
valoraciones de forma más rápida y acertada (¿son más intuitivas?). Esta
mejora dotó a las hembras humanas de una mayor capacidad de mediación y
de resolución de conflictos en el seno de la tribu, mientras el macho se
encargaba de la exploración del territorio y la caza, impulsado,
instintivamente, por el mayor tamaño de otra área hipotalámica: La de
defensa.
Sin embargo, estas y otras diferencias
cerebrales son insignificantes frente a lo que compartimos como especie.
No obstante, su conocimiento debería de ser el punto de partida para
entendernos como seres humanos y llevarnos mejor los/as unos/as con
los/as otras/os.
(*)
Diario Córdoba
8.6.2011
|