CATÁSTROFES Y CULTURA
Esta colaboración se
gestó una tarde de abril durante una de nuestras tertulias, escuchando a
Pedro Alfaro, profesor de Geología de la Universidad de Alicante.
Hablaba de seísmos y nos invitaba a reflexionar sobre la naturalidad de
estas catástrofes. Nuestro ponente se refería a la poca atención que
prestamos a los mensajes que nos envía el planeta, informándonos sobre
dónde y con qué fuerza va a temblar su corteza. Tras ejercer de esponja
una vez más, voy a devolver, resumido, el conocimiento absorbido aquella
tarde. Será como el guión de una mala película construido a partir de
una excelente novela. Asumo este riesgo con la humildad del director de
cine: La novela es infinitamente mejor.
Hasta el día de hoy,
tres han sido los terremotos de 2010 que nos han conmocionado. En enero
nos sobrecogía el de Haití, con una magnitud de 7.0 en la escala de
Richter y sus 200.000 víctimas mortales. En marzo, el de Maule, Chile,
que, con una magnitud brutal, de 8.8, causó setecientas muertes. Y en
abril, el tercero, de 6.9, en la localidad china de Qinghai, que segó la
vida de varios centenares de personas. En todas estas regiones se
conocen con exactitud el tamaño de las fallas causantes, la probabilidad
de que el fenómeno se repita y la energía que podría liberarse al
resbalar bruscamente un bloque rocoso sobre el otro. Circula una leyenda
urbana que sugiere que este año hay más terremotos que nunca, como si
fueran los pródromos del apocalipsis del año 2012 o una consecuencia del
Cambio Climático. Pero los estudios sismológicos no lo confirman.
Anualmente se producen unos 960.000 terremotos: Uno catastrófico, con
magnitud superior a 8; 18 destructivos, con una magnitud comprendida
entre 7 y 7.9, y unos 120 que provocan daños importantes, con una
magnitud de 6 a 6.9. Que causen más o menos víctimas mortales depende de
varios factores. El primero es su energía. El terremoto de Chile fue 500
veces más potente que el de Haití (una unidad más en magnitud equivale a
una energía 30 veces mayor). En segundo lugar, su profundidad. En
Granada se produjo un terremoto de magnitud 6.3 el pasado 11 de abril.
Pero no fue percibido por la población, ya que su hipocentro estaba a
¡617 km bajo nuestros pies! Un tercer factor es la proximidad del
epicentro a zonas densamente pobladas. A estos factores naturales hay
que añadir la vulnerabilidad de las construcciones y la cultura sísmica.
Estos dos nuevos “ingredientes” humanos son fundamentales para explicar
muchas de las diferencias relativas a los daños y a las víctimas. Un
titular del diario El País sobre Haití lo sintetizaba a la perfección:
“Un seísmo machaca a los pobres”.
Al finalizar su
magnífica y documentada exposición dejaba en el aire tres cuestiones
que, por el foro en el que las pronunciaba, no eran meramente
retóricas, sino una invitación para la reflexión y el trabajo en clase.
En la primera preguntaba sobre el derecho de los ciudadanos/as a conocer
cómo funciona el planeta. Un derecho que obligaría al Estado a poner
estos conocimientos a su disposición durante el periodo escolar. Quizá
sea oportuno recordar la hazaña de Tilly Smith, una niña británica de 10
años, que salvó la vida a un centenar personas, cuando predijo la
llegada de un tsunami, en diciembre de 2004. Todos vieron cómo se
retiraba el mar en esa playa de Tailandia, donde la familia pasaba sus
vacaciones. Muchos se esperaron a capturar en sus cámaras el extraño
fenómeno. Y murieron. Pero ella recordó una clase de Geología y supo
interpretar los hechos. En Chile, en Japón o en la costa oeste de los
EEUU, los ciudadanos/as poseen esta cultura sísmica. Sin embargo, en
Andalucía, donde existe un importante riesgo sísmico, estos contenidos
curriculares solo se desarrollan en profundidad en una asignatura
optativa de 4º de la ESO.
¿Es la Naturaleza la
responsable de las catástrofes? La Tierra posee una turbulenta vida
exterior, que se manifiesta con tornados, huracanes e inundaciones,
cuyos daños podríamos evitar con una adecuada ordenación del territorio.
Y esconde una agitada vida profunda, con una energía interna indomable
que disipa violentamente mediante volcanes y terremotos. Pero no estamos
desarmados. Los seres humanos atesoramos los conocimientos y la
tecnología necesaria para disminuir drásticamente el número de víctimas
de los terremotos de magnitud 7. “No matan los terremotos, sino el
colapso de los edificios”, nos recordaba Pedro.
En último lugar preguntó si vivimos,
realmente, en una sociedad del Conocimiento, con una razonable Cultura
Científica. Yo afirmaría que nunca antes habíamos tenido acceso a tanta
información a golpe de ratón. Pero como en un gran bufé libre, nos
cuesta trabajo seleccionarla, cuestionarla y digerirla. Construyamos
mediante una buena educación científica las herramientas intelectuales
indispensables para entender el funcionamiento de nuestro mundo y, de
paso, preparemos a nuestros hijos/as para afrontar los retos que nos
esperan.
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