Sierra de Santa
Eufemia:
http://alfonsocantero.blogspot.com/2011/01/proxima-ruta-de-senderismo-el-proximo.html
LA BELLA
DURMIENTE (*)
Me fue conquistando poco a poco, mientras
trabajaba de maestro en Aguilar de la Frontera y recorría la Sierra de
Cabra en compañía de Manolo Mejías, amigo y catedrático de Ciencias
Naturales. De aquellos días conservo una profunda pasión por esta vieja
dama de los años 30 del siglo XIX, reinventada y transformada en
revolucionaria hippie en los 60 del siglo pasado, al aportar las pruebas
que removerían definitivamente las viejas teorías. Desde entonces, y
para no olvidarla, la busco en cada viaje y disfruto enseñando sus
entresijos a los pocos alumnos/as de cuarto de la ESO que han optado por
conocerla. Hablo de la Geología, una Ciencia que duerme un sueño
profundo, adormecida por la manzana envenenada que algún sesudo asesor
del MEC le suministró hace algunas décadas.
La belleza de la Ciencia radica en que es el
reflejo de la verdad, como sostenía Heisenberg. Yo creo,
además, que la Geología es bella por la sencillez con la que describe
los elementos inertes del planeta (rocas, estructuras, relieves, etc.) y
los integra en una teoría global que explica su origen y evolución. Sus
detalles son complicados, pero no lo es su esencia: Las piezas del
puzzle terrestre, denominadas placas tectónicas, se mueven
arrastradas por las inmensas corrientes de roca plástica del manto,
gracias al calor del núcleo. En ciertos lugares se separan unas de
otras, construyen dorsales oceánicas y mueven los continentes. En
otros, los bloques litosféricos se acercan y chocan, originando cadenas
montañosas. Mientras, en la superficie del globo, el aire y el agua
tallan las formas del relieve y arrojan sus detritos (sedimentos) a las
cuencas marinas, para devolverlos reciclados en otro lugar, en forma de
materiales rocosos de las nuevas cordilleras. Una especie de ying-yang
planetario que funciona desde que se solidificó la corteza terrestre,
hace unos cuatro mil millones de años. Y en medio, la vida, respondiendo
con su evolución a estas fuerzas antagónicas.
De cerca, sin embargo, la Geología se
manifiesta en formas concretas y diversas, a veces espectaculares. En
Córdoba encontramos impresionantes ejemplos que nos revelan una agitada
historia local y nos brindan la oportunidad de intuir el abismo del
tiempo geológico: Al norte, las imponentes crestas cuarcitosas de
la Sierra de Santa Eufemia, que destacan sobre el suave relieve
granítico del Valle de los Pedroches, elevadas por empujes orogénicos
hace unos 400 millones de años. En la zona central de la provincia, los
fósiles de trilobites más antiguos de Europa, atrapados en rocas de la
Sierra de Córdoba, con una antigüedad que supera los 500 millones de
años. Y en el Sur, la famosa Cueva de los Murciélagos, labrada durante
eones por el agua de la lluvia y el dióxido de carbono atmosférico en
las rocas calizas de la Sierra de Zuheros.
Los conocimientos geológicos son, además,
herramientas muy útiles para la sociedad. Obviando su aplicación a las
minas y a las canteras, éstos nos permiten comprender y prevenir los
daños causados por los terremotos y las avenidas. De los primeros ya nos
ocupamos en su día en este mismo diario, por lo que sólo voy a recordar
que Andalucía es una región sísmica y que “no matan los terremotos,
sino el colapso de los edificios”, según Pedro Alfaro,
experto geofísico de la Universidad de Alicante. Respecto a las
segundas, piense el lector/a en el río Guadalquivir, que serpentea por
nuestra provincia abandonando a su paso los sedimentos que han
configurado el valle que lleva su nombre. Las intensas lluvias de los
dos últimos años han arrasado muchas de las construcciones ilegales de
su margen derecha, consentidas por las diferentes administraciones. Con
unos mínimos conocimientos geológicos, ciudadanos/as y gobernantes
podrían entender que todas estas edificaciones están en la llanura de
inundación y que el río toma posesión de lo que le pertenece cuando la
atmósfera deja caer con ira su carga torrencial. Un poco de voluntad
política y la planificación del territorio harían el resto.
Duerme profundamente la vieja dama de
Charles Lyell en su tálamo olvidado. Abandonan las aulas, ignorantes
de sus secretos, la mayoría de los alumnos/as de la ESO. Mientras tanto,
nuestro docente y paciente corazón espera que un glorioso y paleontólogo
príncipe, forjado en la búsqueda de nuestros orígenes en alguna
excavación burgalesa, le dé por fin un ardiente beso. Es posible que
entonces las autoridades académicas se convenzan del potencial
educativo de esta Ciencia y la despierten de su letargo educativo,
integrándola de forma didáctica y efectiva en el currículo obligatorio.
(*)
Diario Córdoba
2.11.2011
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