CASIMIRO JESÚS BARBADO LÓPEZ

 

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POSTDARWINISMO CÓRDOBÉS

Darwin desconocía los descubrimientos de Mendel. Por eso, cuando salieron a la luz en 1900, la Teoría de la Evolución tuvo que adaptarse a la Genética. Más tarde, otros hallazgos, como la disposición  lineal de los genes en los cromosomas y la transmisión mendeliana de las mutaciones  contribuyeron a configurar, en los años 30 y 40 del siglo pasado, la Teoría Sintética de la Evolución o Neodarwinismo.  Han pasado muchos años y el debate continúa. Todavía son muchos los que discuten esta “nueva” visión de la vida. En este sentido, en el Jardín Botánico de Córdoba estamos asistiendo estos días a un salto cualitativo excepcional  en esta progresión hacia el conocimiento: La síntesis entre el darwinismo y la fe cristiana, plasmada en un humilde belén.  

¿Un punto de vista deformado?  Por supuesto. Pido perdón a mis amigos/as del Botánico por el exagerado comienzo y reconozco su entrega a éste y otros proyectos. Pero el belén es real. Algo simpático, intrascendente a primera vista, pero con algunas implicaciones que quiero comentar. Y en estas transparentes aguas me sumerjo, esperando que el lector me haya borrado de la frente la etiqueta de fundamentalista científico y que al final, si no comparte conmigo estas reflexiones, al menos, las respete.

El belén “ecológico” se representa en tres zonas bien diferenciadas: Una vista parcial de Inglaterra, con el Big Ben, la Universidad de Cambridge y Down House, la residencia donde Darwin escribió su gran obra hace 150 años. En otra escena, una isla del archipiélago de las Galápagos, con su riqueza biológica, fuente de inspiración del naturalista. Finalmente, la Tierra del Fuego,  en la que realizó numerosos estudios que le sirvieron para argumentar “El Origen de las Especies”.  Las figuras del belén se reparten por los tres escenarios, aunque el portal y los reyes magos protagonizan el tercero. Así reza el folleto de la actividad (o tal vez canta un villancico, no lo sé): “Con esta recreación de los hechos pretendemos acercar al público en general a la figura de Darwin y su Teoría de la Evolución, ya que con ésta consiguió transformar nuestra visión de la vida en la Tierra (…)”.

La idea es ingeniosa: Aprovechemos el tirón de los belenes, sobre todo entre los niños y niñas y la tercera edad, para dar a conocer la obra de Darwin. Pero, no deja de ser, según la RAE,  una aberración, es decir, “un grave error del entendimiento”, por tres razones. La primera es de carácter democrático, y no por manida, deja de tener fuerza. Una institución pública debe mantenerse al margen de las religiones, porque nuestro Estado es aconfesional. Lo proclama la Constitución. Y aunque los crucifijos y belenes sean una tradición respetable, no forman parte de la cultura común. Por eso deben desaparecer de los edificios públicos. La sociedad y los gobernantes que la rigen han de evolucionar explorando la  incomprendida senda del laicismo, entendido como una conquista compartida (esta vez sí) de las sociedades avanzadas. Sin prisas, pero sin vacilaciones.

La segunda razón es de índole intelectual. Poner a Darwin y al Hijo de Dios compartiendo el espacio físico de una sala de exposiciones y el virtual de nuestras neuronas, es chocante, si no es para enfrentarlos como dos formas excluyentes de entender el mundo. Darwin era consciente del poder de sus ideas y por eso tardó tanto en exponerlas. Con ellas derribó la necesidad de un Dios creador, ese supuesto relojero que habría diseñado las maravillosas maquinarias vivientes. Y eso es lo que debería extraerse de la lectura de este ecléctico belén, a partir de un pequeño panel donde se exponen el creacionismo y el evolucionismo al mismo nivel. Pero esta gran contribución de Darwin al pensamiento y a la Ciencia pasa desapercibida, perdida entre la virgen María y San José.

La tercera razón es hija de la segunda, de la misma manera que la escuela lo es de Ciencia y de la Psicopedagogía. Si lo que queremos es que los más pequeños tomen contacto con la  biodiversidad de estos ecosistemas y con la figura del naturalista, eliminemos lo que no cuadra con el contexto social y ambiental y centrémonos en la flora y en la fauna, en las formaciones geológicas y en los fósiles. Montemos escenarios al estilo de los Lego. Y pongamos a los salvajes fueguinos malviviendo. Y a Darwin, cabalgando por aquellos parajes, acarreando especímenes. O debatiendo con el capitán Fit Roy, a bordo del Beagle, sobre la esclavitud o la obra del Creador.

¿Acaso son complejos estos conceptos y profundas las ideas evolucionistas? Es posible. Pero este es el reto. Personalmente  creo que será más difícil que  un niño pequeño elimine  a Darwin del Gran Cuento de la Navidad, tras haberlo visto sentado en la puerta de su casa rodeado de pastorcitos. Y que su mente no construya, tras la visita, un totum revolutum mezclando con el niño Jesús, los regalos de Reyes y la  figura de un viejo que escribió un libro sobre camellos en las Galápagos.

Diario Córdoba 16.12.09