CASIMIRO JESÚS BARBADO LÓPEZ

 

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HOMENAJE A ANTONIO ALIJO 

 

Querido amigo Antonio; estimados compañeros/as

 

Las ideas personales son un mapa que nos permite navegar por el mundo. Y mis ideas y mi concepción del mundo de la enseñanza han variado sensiblemente en los últimos meses. 

 

Esta noche deseo contarlo tejiendo una extraña historia, que, a modo de pirueta en el tiempo, sitúe a un Graduado Escolar, un Ascensor y una Prisión, inesperados y triviales personajes, al servicio del único protagonista de este encuentro: Antonio. 

 

Hace unos cuantos meses se presentó en nuestro instituto una mujer relativamente joven, preguntando por su título de Graduado Escolar. Le indicamos   que en el Colegio Público “Álvaro Cecilia” le  darían pistas acerca del documento perdido, ya que allí se había archivado, por decisión administrativa, todo lo concerniente a otro ilustre desaparecido: el CP “Miguel Crespo”. 

 

Pensé entonces en la Historia de nuestro centro y en sus testimonios abandonados: numerosos trofeos deportivos en un despacho; alguna placa evocadora de un encuentro escolar; varios murales en honor de un malogrado maestro del verso; material de laboratorio obsoleto; libros amarillentos; ... Y su antiguo nombre en un letrero, reclamando, eso sí, en voz baja, su retirada de la pared principal.  

 

Reliquias de ayer. Como los fósiles de un afloramiento mesozoico, que nos enseñan tímidamente un pasado vivo, aún, en la memoria de un puñado de compañeros que imparten sus clases en el nuevo instituto de Fernán Núñez: las escuelas colorás. Ningún Plan de Centro; ningún libro de actas. Como la mente en blanco de un amnésico, observándonos con la mirada vacía de la nada.

 

 Este era el escenario artificial que me había fabricado y en el que me movía. ¡Qué paradoja! Construido por alguien con una trayectoria parecida a la de la institución escolar que actualmente  representa: un mutante de la antigua EGB, convertido en ESO, a golpe de BOJA. 

 

Varias semanas después, el arquitecto municipal, el maestro de obras y un técnico de una conocida marca de ascensores, con nombre de famosa lista cinematográfica, se dieron cita en el centro para comprobar, “in situ”, las posibilidades del edificio respecto a  la instalación de un ascensor para minusválidos. Y en el semisótano, tras una desvencijada puerta, bajo unos palmos de tierra y escombros,  aparecieron los muros de hormigón, cuya solidez certificaba, sin la más mínima duda, el maestro de obras: “ésta es una de las mejores construcciones de la localidad”. 

 

Eso fue, al menos, lo que vieron los profesionales de la construcción, con esa forma geométrica de ver las cosas. Yo, sin embargo, hallé lo que desde hace dos años busco con afán de paleontólogo frustrado. 

Allí se revelaron, delante de mí y por primera vez, los pilares del Instituto de Enseñanza Secundaria “Miguel Crespo”; su basamento; los albores de su Historia;  las raíces,  en toda su extensión. De repente aparecieron,  en una visión fugaz y mágica, todos los maestros que en los años setenta sentaron las bases de una diferente manera de concebir la educación. Profesores que, con el alma inquieta y una maleta cargada de tesón, ingenio y creatividad, consiguieron sembrar la semilla de una nueva escuela. 

 

Y reconocí a Antonio, un todoterreno de la enseñanza, dando clases de Ciencias Naturales o de  Educación Física; ganándose el cariño de sus alumnos y alumnas; sembrando un mundo de nuevas expectativas en los escolares de Fernán Núñez; sacrificando su vida familiar en aras de un sinfín de actividades extraescolares; entregando miles de horas personales al servicio del deporte escolar,  su gran pasión, en semanas laborales de siete días.  

 

Pero el tiempo todo lo engulle y todo lo transmuta. O, al menos, eso es lo que me gustaría creer. Y lo que hace veinticinco años era Ley General de Educación, hoy es LOGSE. (Me pregunto, qué será dentro de 15 años). 

 

Sin embargo, a pesar  de esta presunta evolución, disfrutada o sufrida, ansiada o rechazada, los  cimientos consolidados en los setenta permanecen inmutables, sustentando nuestro trabajo escolar. Y Antonio, que participó de estos cambios y que se transfiguró como su antiguo colegio, se encuentra entre todos nosotros, con la memoria cargada de buenos recuerdos, pero conservando su esencia de maestro luchador. 

 

Mucho tiempo atrás, (es ésta una historia helicoidal de ida y vuelta), dos poetas y un aprendiz, allá por los años cuarenta, disfrutaban de un paréntesis vital en una prisión abulense, con cargo a los presupuestos de la Nación autoproclamada “Una, Grande y Libre”. En sus horas de tedio y sufrimiento montaron un certamen, a modo de justa literaria, sobre el significado y la relevancia de la FLOR y el FRUTO en la vida.  De esta manera alegraban y daban sentido a sus tristes vidas como inteligencias emocionales encarceladas. 

 

Transcribo, fielmente, algunos de los versos que configuran estos beligerantes y hermosos poemas, escritos frente a la desnuda Paramera. 

 

D. Quiliano Blanco Hernando, en defensa visceral del FRUTO, atacaba el Ideal primaveral que representa la Flor: 

 

Buscaba el mar sin tapias, para su alma

y varó cuando el barco lograba la viajera

del sueño. Helo aquí, ahora, corazón en tortura

deshojando deseos frente a la primavera. 

 

Miguel de Castillo Lima, por el contrario, reivindicaba la FLOR, dejando al FRUTO desprovisto de toda espiritualidad: 

 

En el Fruto no hay lucha, no hay afanes, no hay nada;

es el final del camino, es la cosa lograda.

El que gusta sus mieles, ya cumplió su misión:

Vegetar es su sino; su  fin ¡renunciación! 

 

El aprendiz de poeta, hoy inspector jubilado de Enseñanza Primaria y autor del libro “Poesía Escondida y Desperdigada”, del que he extraído estas bellas y sugerentes estrofas; fundiendo en una redoma algebraica ambas estructuras vegetales, resolvía la vital  ecuación planteada por sus compañeros de celda: 

 

Yo siempre conocí que las bellas realidades

tuvieron antes un primaveral de quiméricas

y  atrevidas ilusiones. Esa es la FLOR;

Flor delicada que aromatiza adversidades,

que en palacio encantado convierte la prisión. 

 

Parasitando  estos familiares, postreros e integradores versos,  te invito, Antonio, a caminar hacia el Otoño y recoger los frutos de tu dedicación a la escuela, madurados al Sol de tu labor como maestro al servicio de este pueblo.  

 

Pero también te pido que despliegues, con toda su intensidad, los aromas de tus nuevas y hermosas flores. Aún te queda una larga y fecunda primavera: ¡Otros frutos, de otra índole, te esperan, para ser cosechados y atesorados en un rincón de tu corazón! 

 

Un abrazo.

 

Director del IES “Miguel Crespo”

                                                                        16 de junio de 2000