A
UN ALCALDE
Yo quiero ser en serio el carpintero
del sillón que dejaste aquí un buen día
desfenestrado sultán, hoy tabernero.
Acariciando votos, urnas frías
y otros órganos de elección con desacierto
a tus desalentados compañeros
ofreceré tu derrota como simiente.
Tanta ilusión se agolpa en mi cerebro
que de reír me duele hasta la frente.
Un bofetón en seco, un golpe bajo
un urnazo terrible y alcaldicida
un resbalón bestial te ha destripado.
No hay nada más grande que la dicha
que saborea un pueblo y sus vecinos
hacedores del fracaso y tu caída.
Ando sobre tu pronto ya apagado
y sin calor de nadie y sin malicia
te dedico estos versos afilados.
Tarde se desesperezó tu pueblo entero
más
tarde madrugó la democracia
muy tarde estás rodando por el suelo.
No perdonan tu suerte ya anunciada
tus compañeros de lista y de rechazo
no perdonan tu rabia desbocada.
En los mítines se fragua tu derrota,
porque lanzaste arpones ciegamente
cuajados de sandeces y de broncas.
Quiero decirle al pueblo con apremio
quiero dejar constancia ante tu gente
que la caída fue por tu mal genio.
Y quiero minar el lodo hasta encontrarte
y verte allí tragándote con rabia
esos últimos sapos aún calientes.
No regresarás al ring de los políticos
tu historia será la de un posadero
que avergonzó a Marx y a sus acólitos.
Alegrarás la coalición sin tu presencia
que estar unidos es estar de otra manera
que ser de izquierdas es lo opuesto a tu
arrogancia.
Y volverás al bullicio de las gradas
y a la Luna de julio en el asfalto
y al medio de vino y a las tapas.
Que tu corazón soberbio y fuerte
sin la vara de alcalde tendencioso
se desangre de sangre intransigente.
Por las aladas almas de las pólizas
en una historia real yo te requiero
que tenemos pendientes varias cosas
tabernero del dogma, manigero.
TARARÍ QUETEVÍ
Junio de 1987
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