CRISIS EN LA ENSEÑANZA DE
LAS CIENCIAS
El Nacional Council
Research, una institución integrada en la Academia Nacional de
Ciencias de EEUU, definió, en 1996, como persona alfabetizada
científicamente, a aquella que “tiene la habilidad para describir,
explicar y predecir fenómenos naturales (...). Implica que pueda
identificar los aspectos científicos que soportan las decisiones de tipo
local o nacional y exprese opiniones al respecto, sustentándolas tanto
científica como tecnológicamente". Siguiendo esta línea argumental
cabría preguntarse: ¿Está preparado el ciudadano/a español para
comprender el alcance de dos noticias de la última semana, sintetizadas
en estos dos titulares?: “Las capas de hielo de Groenlandia y de la
Antártida se habrán fundido casi en su totalidad en el año 2100 (...)”
(EL MUNDO) y “España será el cuarto país europeo
en autorizar la clonación terapéutica” (EL PAÍS). Me temo que
la respuesta sería negativa. Aún llegaría más lejos: Según el NCR,
la mayoría de los españoles serían analfabetos científicos (y los
estadounidenses, por supuesto, también).
Este artículo abordará
las causas de esta incultura, centradas, fundamentalmente, en
nuestro sistema educativo. También esbozará la importancia del
conocimiento científico en la formación ciudadana y finalizará con las
propuestas que se están apuntando, desde diversos frentes, para comenzar
a resolver esta crisis.
Nuestro sistema educativo
mantiene un elevado número de alumnos por aula, lo que impide la
aplicación generalizada de metodologías favorecedoras de la asimilación
del conocimiento científico. A esto hay que añadir la reducida dimensión
temporal de las áreas de Ciencias, siendo España uno de los países de
la UE que menos tiempo le dedica a estas disciplinas en Secundaria y
Bachillerato. El panorama se completa con un currículo excesivamente
centrado en contenidos memorísticos y poco significativos, que giran
alrededor de una lógica disciplinar rigurosa; la ausencia de aulas
específicas, laboratorios y equipamientos en Primaria y una casi nula
utilización de los de Secundaria, que, aunque relativamente bien
dotados, permanecen cerrados por falta de tiempo y de profesorado para
llevar a cabo experiencias prácticas con grupos más reducidos. El remate
final a este cúmulo de despropósitos son estas tres postreras perlas
contra la formación científica: su optatividad en el último curso de la
ESO, bajo el pretexto de su dificultad y la atención temprana a la
diversidad de intereses del alumnado; una estructura de los
Bachilleratos Científicos caótica, que no asegura una formación sólida
en las cuatro disciplinas básicas, obligando a la Universidad a diseñar
cursos “0” y unos Bachilleratos de Humanidades, Sociales y Artes
desprovistos de Cultura Científica, siendo las de 3º de la ESO las
últimas Ciencias Naturales que han estudiado muchos de nuestros
titulados superiores, incluidos los maestros/as que darán clases a
nuestros hijos/as.
No es de extrañar el bajo
nivel detectado en investigaciones didácticas y en las famosas
evaluaciones externas PISA 2000 y 2003. La mezcla anterior está
provocando una disminución del número vocaciones científicas, es decir,
una reducción sustancial del número de alumnos/as que eligen estas
opciones en el Bachillerato y en la Universidad y está sembrando la
alarma en nuestros gobernantes, ante la necesidad de disponer de 60.000
científicos para el año 2010, como respuesta al compromiso de aumento de
la inversión hasta el 2% del PIB en I+D+i, antes del final de la década.
La apropiación del saber
científico (multidimensional, no solo formado por hechos, leyes y
teorías) es fundamental en el proceso de desarrollo personal. Es
Cultura, imprescindible para interpretar el mundo, ya que aporta los
métodos y los conceptos necesarios para la comprensión del
funcionamiento de la naturaleza en su conjunto, incluida la naturaleza
humana: Evolución, Procesos Químicos, Transformaciones de la Energía,
Historia de la Tierra, etc. Esta comprensión del mundo es el sustrato
para liberarnos de mitos, supersticiones y manipulaciones, tan en boga
en los últimos años (sectas, pseudociencias, curanderismo, etc.), pues
contiene los instrumentos para observar y contrastar la realidad, junto
con una buena dosis de escepticismo, tan necesario para cuestionar las
apariencias.
La Ciencia, además, nos
facilita la comprensión de las interacciones positivas y negativas entre
el ser humano y el medio-ambiente y sobre ella se sustentan las
soluciones a los problemas medio-ambientales derivados del desarrollo
científico-tecnológico, cuando satisfacen ciertos criterios éticos
(Ciencia son saberes y Ética, deberes). Un conjunto de
soluciones racionales dentro de lo que conocemos como Desarrollo
Sostenible, que no comprometa el futuro y garantice unos niveles de vida
dignos para todos los ciudadanos/as.
Por otra parte, los
avances médicos y la mayoría de los objetos y materiales que utilizamos
son productos de la Tecnociencia, y nos están abriendo las puertas a un
grado de bienestar sin precedentes y, junto con ellos, a una serie de
retos (contaminación electromagnética, clonación, Ingeniería Genética,
etc.) que hay que entender, analizar y valorar en su justa medida,
buscando fórmulas compatibles con un modelo de desarrollo ajustado a los
ciclos naturales y que garantice el acceso a unas mejores condiciones de
vida de todos los habitantes del planeta.
Finalmente, la Ciencia,
como empresa ética, pone en juego valores propios como racionalidad,
búsqueda de la verdad, participación, rigor intelectual, debate y
confrontación de ideas, provisionalidad de las teorías, sensibilización
ambiental, etc. Por tanto, su enseñanza contribuye a la formación de
ciudadanos críticos, capaces de entender la complejidad del mundo y los
cambios que estamos experimentando, a la vez que nos capacita para
tomar decisiones racionales y fundamentadas y participar activamente en
la comunidad, como ciudadanos informados, comprometidos, libres y
responsables. En definitiva, la socialización de este conocimiento es la
esencia de la democracia.
Por desgracia, ante el
analfabetismo científico de nuestros escolares y de la sociedad, el
Gobierno responde con “más de lo mismo”: una Ley Orgánica de
Educación en la que disminuyen los Objetivos Generales relacionados con
la Ciencia y mantiene su optatividad a partir de los 15 años.
La situación descrita
anteriormente y los importantes cambios que ha experimentado nuestra
sociedad en los últimos años, con un mundo cada vez más globalizado, la
expansión de las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación, la grave crisis ambiental y un cambio en las formas de
vida occidentales, en las que prima el consumismo, lo perceptivo, la
comodidad y la superficialidad, por encima del esfuerzo, la reflexión y
la responsabilidad (GARCÍA PÉREZ 2005), están propiciando la
movilización del profesorado. En Córdoba, docentes de Secundaria,
Primaria y Universidad hemos constituido un colectivo denominado
Profesorado de Córdoba por la Cultura Científica, con el fin de
reivindicar una mayor presencia de las Ciencias en el currículo y en la
“calle”. Nuestra última actividad reunió en el bulevar Gran
Capitán, a muchos cordobeses y cordobesas en torno a unas cuarenta
experiencias, bajo un espléndido sol, el pasado 11 de marzo. La
Administración andaluza, aparentemente sensibilizada por esta
problemática, ha presentado un documento titulado “Educación y
Cultura Científica”, cuyo borrador final fue debatido en Granada a
comienzos de marzo y que esperamos sirva para trazar las líneas maestras
que permitan afrontar esta crisis. A nuestro juicio las soluciones
pasan por las siguientes medidas: dotación de los medios necesarios en
Primaria; reducción del número de alumnos/as por aula; mejora en la
formación del profesorado; aumento de la carga horaria de Ciencias en
la ESO; su obligatoriedad hasta los 16 años, con dos opciones, según las
dificultades e intereses del alumnado; sistematización de las
prácticas, con dotación de profesorado en los centros para la
realización de desdobles; reestructuración del Bachillerato de Ciencias
e Ingeniería, con un mayor peso de las asignaturas científicas en el
currículo; introducción de una asignatura científica en los demás
Bachilleratos; cambios en los contenidos, más centrados en la realidad y
en sus problemas, a escala local, regional y global, proporcionando una
imagen más compleja de la Ciencia, con procedimientos, valores,
historia, experimentación, reflexión, debate y sus relaciones con
sociedad; adopción de Metodologías basadas en la investigación de
situaciones problemáticas y, por último, una mayor presencia de la
Ciencia en la sociedad.
Propuestas que no recoge
el borrador de la Ley Andaluza de Educación, a pesar del esfuerzo
mantenido durante el año en el que se celebró el centenario de una de
las Teorías que cambiaron nuestra concepción del mundo: la Teoría de la
Relatividad.
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